Nancy Alcalá Martínez
Tercer semestre
Perdona por ligarte a mí, tan forzosamente,
pero nada borra la noche en que te vi;
trato de recortarla
cuando se abraza o se pega en un trozo de mí.
Y me tienes, sin quererme,
y te quiero sin tenerte.
Amor, sé mi cómplice,
hoy bajo la luna gris
miéntele a mi sordo oído.
No te demores, que mi cuerpo espera
escondido en el reflejo del polvo.
Cada desolado segundo
las cicatrices que no tocaste
reaccionan con la presencia del ayer.
Escucha…
Mis muñecas rompen en llanto,
mi sangre convoca un concierto
al crear melodías cuando toca un suelo escarbado:
dibujando la más bella armonía.
Respira los suspiros de una mujer de tela,
que lleva luto en el corazón;
amante de un muñeco de porcelana que nada siente,
que no oye los lamentos del amor,
ni de las pupilas que rezan al sol.
Despréndete del brillante antifaz.
Hoy, con esta noche que despostilla estrellas
con los satélites dormidos, sin venas,
estoy dispuesta a dejar entrar por mis oídos
frases lastimeras, torturadas por el desprecio
de tu corazón, arrepentido.
Las hojas caerán a un abismo.
Hojas suicidas, por no tener tu calor;
que quitan el miedo a estar sin ti, y contigo.
Segundos, sin la respuesta de un cadáver,
manchados de un negro claro,
que dan vida a unos nuevos.
Minutos que terminarán nublando mi cerebro
y trayéndote de la oscuridad que imaginabas aceptar,
sin invocar una sola parte del infierno.
No estaba ciega, ni tejías mis movimientos.
Sólo eres así, te escondes detrás de mi sepulcro,
para poder ver la luz.
Mi sol duda en salir,
tras las notas viejas del malgastado aire
intoxicado y causante de la ceguera de mi voz.
Amarrado por cuerdas de una guitarra rota:
instrumento opaco que es sostenido
por unas frías manos que se niegan a venir.
Ojos pastel que desnudan al placer
que incitan al corazón, mi corazón, a envenenarse.
Pupilas distraídas que no se asoman, ni siguen la luz;
permaneciendo ocultas tras ventanas tapizadas de gris.
¿No brillaran porque su mirada enamora
y sepulta corazones en temerosas tumbas?
Por eso hay flores secas en la luna, que esperan por ti;
y corazones necios, que temen salir.
El mío aguarda dentro del baúl de cristal,
bajo la tierra que se ahoga por una sobredosis
de lagrimas que han sido olvidadas, por no ser amadas.
Se mantiene atento a escuchar la melodía que tocan tus ojos.
Solo dame… nada, para poder vivir,
Solo dame… un poco, de tu sangre de miel.
Perdona por ligarte a mí, tan forzosamente…
Pero nada borra la noche en que te vi.
Tercer semestre
Perdona por ligarte a mí, tan forzosamente,
pero nada borra la noche en que te vi;
trato de recortarla
cuando se abraza o se pega en un trozo de mí.
Y me tienes, sin quererme,
y te quiero sin tenerte.
Amor, sé mi cómplice,
hoy bajo la luna gris
miéntele a mi sordo oído.
No te demores, que mi cuerpo espera
escondido en el reflejo del polvo.
Cada desolado segundo
las cicatrices que no tocaste
reaccionan con la presencia del ayer.
Escucha…
Mis muñecas rompen en llanto,
mi sangre convoca un concierto
al crear melodías cuando toca un suelo escarbado:
dibujando la más bella armonía.
Respira los suspiros de una mujer de tela,
que lleva luto en el corazón;
amante de un muñeco de porcelana que nada siente,
que no oye los lamentos del amor,
ni de las pupilas que rezan al sol.
Despréndete del brillante antifaz.
Hoy, con esta noche que despostilla estrellas
con los satélites dormidos, sin venas,
estoy dispuesta a dejar entrar por mis oídos
frases lastimeras, torturadas por el desprecio
de tu corazón, arrepentido.
Las hojas caerán a un abismo.
Hojas suicidas, por no tener tu calor;
que quitan el miedo a estar sin ti, y contigo.
Segundos, sin la respuesta de un cadáver,
manchados de un negro claro,
que dan vida a unos nuevos.
Minutos que terminarán nublando mi cerebro
y trayéndote de la oscuridad que imaginabas aceptar,
sin invocar una sola parte del infierno.
No estaba ciega, ni tejías mis movimientos.
Sólo eres así, te escondes detrás de mi sepulcro,
para poder ver la luz.
Mi sol duda en salir,
tras las notas viejas del malgastado aire
intoxicado y causante de la ceguera de mi voz.
Amarrado por cuerdas de una guitarra rota:
instrumento opaco que es sostenido
por unas frías manos que se niegan a venir.
Ojos pastel que desnudan al placer
que incitan al corazón, mi corazón, a envenenarse.
Pupilas distraídas que no se asoman, ni siguen la luz;
permaneciendo ocultas tras ventanas tapizadas de gris.
¿No brillaran porque su mirada enamora
y sepulta corazones en temerosas tumbas?
Por eso hay flores secas en la luna, que esperan por ti;
y corazones necios, que temen salir.
El mío aguarda dentro del baúl de cristal,
bajo la tierra que se ahoga por una sobredosis
de lagrimas que han sido olvidadas, por no ser amadas.
Se mantiene atento a escuchar la melodía que tocan tus ojos.
Solo dame… nada, para poder vivir,
Solo dame… un poco, de tu sangre de miel.
Perdona por ligarte a mí, tan forzosamente…
Pero nada borra la noche en que te vi.
Felicidades por inaugurar los aportes personales a nuestro blog.
ResponderEliminarJaime Ramos Méndez