martes, 5 de enero de 2010
El ángel y yo
Monserrat Acenet Cacho Chávez
Tercer Semestre
Una noche, mientras dormía, hablé con un ángel. Conversábamos acerca de la vida. Él decía que le gustaría saber y sentir cómo era la vida.
Yo, con una mirada de tristeza, le contesté:
–No te pierdes de gran cosa.
A lo que él respondió asombrado e indignado
–¿Cómo que no me pierdo de gran cosa?
Yo, cansada de vivir, asustada y con lágrimas en mis ojos, no sabía cómo expresarme y empezar a contarle lo que sentía.
De repente un silencio tranquilizó mi alma, miré al ángel y le dije:
–Te contaré un poco de mi vida: cuando yo era más pequeña me fascinaba la vida, disfrutaba cada instante, cada minuto y cada segundo de ella; me encantaba ver las estrellas y soñar con ellas.
Tenía lo más valioso del mundo: una familia y el calor de un hogar. Pero una noche papá se fue, dejando un gran vacío en mi corazón, derrumbando toda mi alegría, y sentía que todo el mundo se venía abajo.
Pasaron los días, mamá lloraba en las noches o a escondidas de mi hermana y de mí, pero no se daba cuenta que yo la observaba.
Las tres regresamos a la casa de mi abuelita (mamá de mi mamá). Mi abuelita era una viejita linda, aunque algunas veces un poco enojona. Ella se quitaba el pan de la boca por dárselo a otra persona que ni siquiera conocía. Ella nos recibió muy bien.
Mientras, yo actuaba como si nada hubiese pasado pero, sin embargo, por dentro me estaba muriendo.
Mi abuelita estaba muy apegada al templo. Ella me animó a formar parte de un grupo de adolescentes. Luego pase a pertenecer a un grupo de jóvenes.
Todo iba bien pero, como siempre, hay personas encargadas de hacerte la vida imposible. Esas personas me molestaban. A mí no me gustaba pelear, así que me salí del grupo y otra vez me empecé a sentir sola, que la vida no tenía sentido.
Un nuevo día llegó para mí. Estaba en la Prepa, en la clase de Historia. Entró un muchacho, llamando la atención del grupo. Dio un aviso: que si queríamos entrar a un curso de primeros auxilios; que al que le interesara fuera a la dirección de la escuela para apuntarse.
Regresé a casa. Le comenté a mamá del curso. Ella me animó a entrar. Con una sonrisa le contesté:
–Nada pierdo con intentarlo.
Bueno pero para no hacértela larga, me gustó el curso y decidí quedarme y formar parte de la corporación de PC. Aún pertenezco a allí.
He visto tanta gente morir en diferentes accidentes y veo cómo se aferran a la vida y sigo diciendo:
–Yo no valgo nada
–La vida es un asco
–No sé por qué vivo
El ángel, serio y con una lágrima que rondaba su mejilla, comentó:
–Eres una gran persona.
Yo, moviendo mi cabeza de un lado al otro, lo miré. En ese momento una luz brillante encandiló mis ojos, de ella salía una voz y esa voz era de Dios. Él, algo molesto, grito:
–¡Dices que no vales la pena! ¿Ayudas al prójimo y no vales la pena?
–¡Que la vida es un asco! Vives por los demás, te ves reflejada en aquellos que sufren desgracias y tratas de salvarlos, arriesgas tu propia vida por aquel que ni siquiera conoces y que, cuando lo vuelves a ver, te da la espalda o que haces todo lo posible por el y que solo recibes reclamos, y aún no sabes ¿Por qué vives?
Me quedé callada, pensativa, con un nudo en la garganta. Pero al fin descubrí que amo la vida más que nada y que vivo por la vida.
Descubrí que me tengo que levantar cada que caiga y que tengo que ser fuerte contra todo obstáculo.
Tú eres tu historia, vas por donde quieres, no dejes que nadie te arrebate lo que te gusta, alcanza tus sueños y tus metas.
Sigue adelante no te detengas, deja el pasado en el pasado, no dejes que el pasado te arruine tu presente,
Para amar enséñate a amarte a ti mismo.
(Imagen obtenida de http://www.ciudadpoesia.com/2008/04/08/el-angel-bueno-rafael-alberti/).
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