sábado, 2 de enero de 2010

Plaza de Armas de Zamora


Miguel Ángel Esparza Hernández
Tercer Semestre



Llegué en punto de las doce del día. El Ave María, la hora del Ángelus me lo indica. Estoy en el centro de Zamora; es el corazón de la ciudad. Lugar de reunión de gente trabajadora, amable, cálida.

Llena de colores, árboles grandes y frondosos, y fuentes hermosas. Las bancas lucen llenas de personas que descansan, platican, leen el periódico. Todo es un ambiente familiar. Se respira una atmósfera rehabilitante.

Su catedral, gran estructura imponente. Arriba, un cielo azul, un sol radiante, pocas nubes, un día precioso, como son invariables en la localidad.

Las palomas, aves fundamentales en la vista de la plaza, y niños correteándolas con su ingenuidad de querer atraparlas.

Un kiosco grande –parece que todo gira por él–. Es el centro de atención, su tamaño y estética lo avalan.

Los boleros platican con sus clientes. Tratan de entablar una amistad. La venta de dulces y globos no puede faltar; al igual que de mochilas, burbujas, nieves y zapatos.

Quedé parado en el centro, admirando. Todo pasa a mi alrededor. Creo estar en otro lugar, sin tiempo; pero la gente no cesa, pasa y pasa.

Parece que hay dos tipos de gente: la que no tiene tiempo, siempre deprisa, y la que admira, descansa, disfruta aromas, detalles; la que aprecia lo linda que es la plaza de Zamora Michoacán.

(Imagen obtenida de http://farm4.static.flickr.com/3453/3395785376_b24b841bdf.jpg)

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